Con la L

EL DESPERTAR DEL BÚHO

Sección de la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. El búho, como muchos escritores, es ave silenciosa que caza en la oscuridad.

https://www.covibar.es/ Mes abril 2023 nº 315 Página: 30

CON LA L

por José Guadalajara

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo escapar de los tópicos? Parece que agarrarnos a lo inmediato actúa sobre nosotros como un seguro de vida. Sin embargo, ¿por qué, aunque se trate de lo cotidiano y doméstico, no intentamos hacer el esfuerzo de aportar un punto de originalidad a nuestros dichos y expresiones? A veces, los mínimos detalles sirven para evaluar el fondo que habita dentro de nosotros.

Un caso singular lo constituye el de esas palabras-clichés que empleamos para evitar equívocos cuando nos preguntan por la letra del DNI o cuando deletreamos en voz alta una contraseña o una palabra extranjera o un vocablo poco habitual. En otras ocasiones, hacemos como los participantes de cierto concurso televisivo que, al tener que introducir una nueva letra para resolver un acertijo, si eligen la L añaden acto seguido: de Lugo. Así, con toda su fuerza y efectividad. ¡Con L de Lugo!

Yo, que soy un atravesado y que estoy un tanto harto de la misma repetición, me pregunto: ¿Es que no hay más capitales en España? ¿No valdrían la L de Lérida, de León o de Logroño, por poner varios ejemplos? ¿O la L de Lanzarote? O incluso, para ser más internacionales, la L de Luxemburgo, de Libia o Lituania. Y no digamos ya, tirando de extrema creatividad y snobismo, la L de lontananza, de lebaniego o de latín.  ¡Pues no! La L, en un noventa por ciento o más de los casos, es siempre la L de Lugo. Parece que, en esto de las letras, la geografía, sobre todo la gallega, se lleva siempre el gato (no voy a decir el mejillón) al agua.

Pero esto mismo puede suceder con cualquiera de las otras veintiséis letras restantes del abecedario. Así, si se trata de mencionar una palabra que comience por la E, será casi de modo ineludible la E de España, o, en el caso de la D, ahí nos toparemos con la omnipresente D de dedo o de Dinamarca. ¡Claro, y la P de Pamplona!

¿Qué mecanismo mental hace que sean esas asociaciones las que primero se nos vienen a la memoria? ¡Qué vínculo más curioso el que guarda la mayoría de los hablantes con Cayo Antistio Veco que, en el año 25 a. C. durante las guerras cántabras, mandó levantar en las proximidades de un castro el campamento de Lucus Augusto! Éste, con el correr de los años, se convertiría en la ciudad de Lugo, fundada, al parecer, por otro romano: Paulo Fabio Máximo.

Sin duda, nadie se acuerda de ellos, o ni siquiera los conoce, cuando arremete con esa celebrity «L de Lugo», expresión que ha terminado ya por formar un cliché lingüístico.

¿Y a qué viene todo esto? ¿A qué estas minucias con el idioma? Naturalmente, detrás se esconde una intención más solapada. En el fondo, lo que estoy denunciando aquí, en el tiempo de las prisas y los mensajes de whatsapp elaborados a todo trapo, es la epidémica falta de creatividad, el vacío de imaginación, el mundo de los tópicos, la ausencia de una voz interior armoniosa y no desafinada ─parafraseando ahora el título de mi última novela, escrita al alimón con Candela Arevalillo─, que nos advierta de que esa L prepotente y traviesa también pueda ser la L de luz, la luz ancestral de la E, la E del entendimiento.

JOSÉ GUADALAJARA es investigador y novelista, autor de La luz que oculta la niebla, El alquimista del tiempo, Cien microhistorias de la Historia y Fado por un rey, entre otras. https://www.joseguadalajara.com/

Respetar a los clásicos

EN LÍNEA RECTA: columna con artículos de opinión de la Asociación Escritores en Rivas, en la revista digital RIVAS ACTUAL.

ENLACE https://www.rivasactual.com/respetar-a-los-clasicos/

RESPETAR A LOS CLÁSICOS

por Jesús Jiménez Reinaldo

En estos tiempos asistimos de nuevo a una polémica literaria, lo cual es sorprendente teniendo en cuenta que la sociedad cada vez presta menos atención a la ficción verbal y se sumerge de cabeza y sin pensárselo dos veces en la creación audiovisual de todo tipo y pelaje. La víctima en este caso ha sido el escritor británico Roald Dahl, al que la editorial Puffin UK ha decidido limpiar de términos que sus editores consideran inaceptables, como «gordo» o «feo», de tal modo que clásicos juveniles de la talla de «Charlie y la fábrica de chocolate» quedan exentos de términos peyorativos que, en teoría, pueden afectar a la sensibilidad de los lectores, a quienes tratan como niños a los que hay que proteger del pensamiento divergente. También van a correr la misma mala suerte los libros de Ian Fleming, cuyo héroe, el famosísimo James Bond, ya no se enfrentará a palabras políticamente incorrectas como «negro» y que tanto deben perturbar a lectores sensibles a los que, sin embargo, no parecen afectar en absoluto las persecuciones violentas, el maltrato físico y los asesinatos a sangre fría.

   Esta actitud puritana surge de una concepción errónea de la obra literaria, la cual, si en principio nace fundamentalmente para el entretenimiento, con el tiempo, sea cual sea su calidad, acaba por convertirse en documento histórico de su tiempo. Con sus contradicciones, sus aciertos y sus fracasos, lo que podemos encontrar en cada libro es el reflejo de una sociedad viva,  en proceso y, por tanto, modificar su contenido para adecuarlo a los efímeros estándares vigentes no es sino una traición tanto a su creador como a su contexto. Si han leído ustedes la novela «Belleza negra» de la autora inglesa Anne Sewell, sabrán que los animales obtuvieron en Gran Bretaña una ley contra la crueldad (1835) mucho antes de que en otras partes del mundo se aboliera la esclavitud o de que incluso, ahora mismo, se explote laboralmente a la infancia en algunos países; la realidad no se cambia negando aquello que no nos gusta, sino conociéndola y teniendo un pensamiento crítico al respecto, que es lo que la lectura de la filosofía, la historia y la literatura nos enseñan en sus textos.

   Las sociedades cambian y, lo que ayer nos parecía un crimen, hoy es un derecho, y viceversa. Lewis Carroll, quien iría en la actualidad directamente a la cárcel por pedófilo, nos legó la maravilla de «Alicia en el país de las maravillas» y Oscar Wilde, que fue condenado por prácticas sexuales legales hoy en casi todo occidente, es el autor de algunos de los cuentos literarios más hermosos que se hayan escrito nunca. Los seres humanos que escribieron dichas obras ya murieron y nada podremos hacer nunca por cambiar su experiencia vital, pero sí está en nuestras manos tener la oportunidad, y me atrevo a reclamar el derecho, de respetar fielmente sus palabras para que su legado esté al alcance de todos, pues el conocimiento debe ser un derecho universal que no debe ser censurado.

JESÚS JIMÉNEZ REINALDO. Licenciado en Filología Hispánica, poeta y articulista, es autor de los libros de poesía La mística del fracaso y Los útiles del alquimista, entre otros. http://cristalesrotoseneleden.blogspot.com.es/