Vuelta tecnológica al cole

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VUELTA TECNOLÓGICA AL COLE

Por Luis Quiñones

No hay vuelta al colegio sin polémica: septiembre siempre trae la particular forma de otoño de regresar a las clases, a los libros, a las paradas de autobús por la mañana, a los exámenes. Ha ocurrido siempre así, y no es baladí utilizar aquí este adverbio (“siempre”) para lo que nunca ha cambiado, para lo que parece permanecer inalterado desde hace décadas, siglos tal vez, en los que la escuela abre sus puertas cuando cierra las suyas el largo verano.

Sin embargo, no “siempre” hemos empezado un curso académico como este, en el que algunas cosas han cambiado tanto y tan profundamente que es difícil pensar en la escuela de “siempre”, como esa verdad arraigada en la cultura que compartimos, en la mentalidad con que encaramos el presente y el futuro y que conforma con tanta solidez nuestra más íntima biografía. La puesta en marcha este año en todos los niveles de la LOMLOE, la nueva ley educativa, nos pone en una situación a maestros, profesores, padres y alumnos, que bien se puede calificar de inédita.

El carácter hipertecnológico y la naturaleza competencial de la ley han dado la vuelta como un calcetín al modo no solo en que debemos enseñar, sino también al modo en que nuestros alumnos van a aprender. La pérdida de una hora en el currículum de 2º de ESO de la materia de Lengua Castellana y Literatura acentúa un poco más una muerte que se esperaba lenta y que, por el contrario, desde el pandémico año 2020, se ha acelerado por una pendiente de consecuencias imprevisibles. El brillo tecnológico, la pátina de modernidad que pantallas táctiles y aulas virtuales y la incorporación de la “digitalización” como un contenido esencial en el currículo de la enseñanza es lo que ya algunos autores han llamado el fin de la escuela ilustrada (El fin de la educación, Xavier Massó, 2023). Se nos está alertado del exceso de tecnología y, sobre todo, de haber convertido la enseñanza de las nuevas tecnologías en un fin en sí mismo, y no un medio imprescindible a través del cual seguir transmitiendo la cultura.

Los legisladores han partido de un error fundamental: que el conocimiento se halla en la Red. Pero no es verdad. El conocimiento es una creación fundamentalmente humana, y su transmisión no es una “selección” de quien estudia, sino un proceso guiado y estructurado en sobre el que, hoy por hoy, falta la reflexión pausada. Si el conocimiento está en la Red, sobran maestros y profesores, y es falso que la educación pueda considerarse un mero vehículo de transmisión on line de contenidos, algunos de los cuales el alumno no va a comprender si no es a través del papel fundamental del maestro.

A ello, hay que sumar la labor demasiada abstracta de la evaluación por competencias. A partir de este año, los alumnos serán evaluados no por el grado de profundización de los conocimientos que han adquirido a lo largo del curso, sino en función de si son capaces de realizar tareas adecuadamente, muchas de ellas vinculadas a la puesta en práctica de nuevas tecnologías. El fraude que supone evaluar capacidades o teóricas habilidades no es ni mucho menos lo mismo que evaluar conocimientos, que se adquieren con esfuerzo, dedicación y tras un proceso de comprensión y asimilación. A esta vaga forma de saber si los alumnos saben, hay que sumar la utilización de las llamadas “situaciones de aprendizaje”, que no vienen a crear nuevas inquietudes ni habilidades en los alumnos, sino a profundizar en una negativa y errónea división del trabajo, al más puro estilo fabril, más propio de una cadena de montaje de Tiempos modernos que de un sistema pensado para salvar lagunas sociales, diferencias de clase y repercutir así en la igualdad de oportunidades.

Es por ello que, enfocado de este modo, el sistema educativo no va a permitir ni una transmisión esencial de los valores fundamentales de nuestra tradición cultural, ni por supuesto ejercer de ascensor social. La brecha tecnológica que hay aún entre diferentes barrios y clases sociales, la falta de una igualdad real en cuanto a recursos entre colegios públicos y privados y esta nueva ley motivarán una mayor desigualdad, pero también un mayor desconocimiento “real” del mundo, una menor perspectiva crítica de los estudiantes y fomentarán, contra lo que pudiera pensarse, una desconexión mayor con los valores esenciales que ha de transmitir la escuela. A los alumnos se les enseñará a manejar las máquinas que mueven el mundo, pero no se les enseñará quiénes son realmente los dueños del mundo ni tampoco los intereses que lo mueven. Mientras las grandes empresas tecnológicas hacen caja con una extensión innecesaria de determinadas tecnologías entre los niños y jóvenes, y cuyas consecuencias no se han calibrado aún a largo plazo, poco parece importar que este año se haya inaugurado el curso con menos profesores. Si bien los medios materiales son necesarios y un aprendizaje racional del uso de las nuevas tecnologías, estas no pueden suplir el verdadero sentido del sistema educativo: enseñar cosas, hacernos comprender el mundo que nos rodea y permitirnos mejorarnos como personas y progresar en una sociedad que, nos guste o no, sigue siendo defectuosa.

La introducción de la tecnología en las aulas ni se ha hecho de manera gradual, ni tampoco de manera racional. Ha sido un verdadero tsunami que ha arrastrado con todo lo anterior. Devaluado socialmente el papel del profesor, también ahora se le excluye al docente de su papel central en el proceso de aprendizaje y en el proceso de “creación” de conocimiento. La deriva ha llevado al maestro a arrinconarlo para ejercer de mero fontanero del conocimiento, es decir, el encargado de abrir o cerrar las llaves de paso por las que se dejan fluir los supuestos saberes. No es artífice de estos, el creador de la inquietud en el alma de sus alumnos, sino un medio, una especie de mal director de orquesta que organiza el grupo en su supuesto acercamiento a los contenidos. El debate se abre: ¿la escuela debe dejarse llevar por las corrientes dominantes o por el contrario debe analizar críticamente los caudales desbordados de esta postmodernidad demasiado líquida?   

LUIS QUIÑONES es licenciado en Filología Española, trabaja como profesor en Rivas-Vaciamadrid y es autor de varios libros, entre ellos, el ensayo La oveja negra que devoró el manual de literatura. Su novela Crónica del último invierno fue finalista del Premio de la Crítica de Madrid.

www.luisquiñonescervantes.com

Del viento en los cipreses

EL DESPERTAR DEL BÚHO, sección en la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. Mes de septiembre, nº 318

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DEL VIENTO EN LOS CIPRESES

Jesús Jiménez Reinaldo

La ópera es un género poco popular y, sin embargo, gracias a algunas piezas concretas incorporadas a películas de éxito internacional, ha conseguido que la mayoría de la población pueda tatarear «la donna é mobile qual piuma al vento» y no dude en reconocer como la mejor cantante de ópera del siglo XX a María Callas, a quien sus amores desgraciados con el magnate griego Aristóteles Onassis le otorgaron una notoriedad pública que generalmente otras voces prodigiosas no consiguen. Pienso, por ejemplo, en el impacto que tuvo entre los aficionados al cine la inclusión del aria «La mamma morta» en la película de Johnatan Demme «Philadelphia» en 1993, por supuesto en la gimnástica voz de «la» Callas, o el que tuvo el «Intermezzo» de «Cavallería rusticana» en «Hamam, el baño turco” de Ferzan Ozpetek en 1997. Y tampoco podemos olvidar, naturalmente, la ardua tarea de divulgación comercial de tríos como el formado por José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti.

En este año de 2023 se conmemora el centenario del nacimiento de Victoria de los Ángeles, soprano barcelonesa, cuya voz y cuya carrera nada tienen que envidiar a la de María Callas y que, sin embargo, apenas si va a trascender más allá de los homenajes que algunos festivales nacionales e internacionales han programado en sus respectivas ediciones; aquí tengo que añadir que «lógicamente», pues como ya he afirmado arriba, la ópera siempre ha sido un género burgués, un tanto snob y ha estado dirigido a unas élites que huelen a perfume de heliotropo y gustan de exhibirse en los palcos de los mejores teatros con sus elegantes atuendos y deslumbrantes joyas.

   Victoria de los Ángeles (1923-2005), de la que se puede encontrar en Wikipedia tanta información como se desee, se caracterizó por una voz que era un prodigio de clase y elegancia, no en vano se decía de ella que había nacido con el don de la impostación natural; cristalina y espiritual, sus interpretaciones elevan las composiciones a cotas de una belleza indescriptible. Bastaría con que, si aún no las conocen, escucharan sus grabaciones de Mimi en «La boheme» o de Cio-Cio-San en «Madame Butterfly» para que les pareciera, como a mí, una necedad dejar caer en el olvido a una de las mejores cantantes que hayan existido nunca.

    Especialmente notable fue su implicación en la difusión de la canción española (en castellano y en catalán) por todo el mundo, hasta el punto de que es sabido que exigía a los promotores que de cada dos conciertos uno estuviese dedicado a autores como Rodrigo, Toldrá o Montsalvatge. A uno de sus últimos conciertos, se retiró en 1996, tuve la suerte de asistir en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra, donde la magia de la noche granadina la escuchó, acompañada por Albert Guinovart al piano, desgranar un programa dedicado por completo a Manuel de Falla. Rememoro hoy aquí la música apasionada, la voz angelical y el rumor de la brisa en los cipreses de aquel 27 de junio en el que disfruté con una de las cotas más altas que puede alcanzar el ser humano en la creación artística.

JESÚS JIMÉNEZ REINALDO. Licenciado en Filología Hispánica, poeta y articulista, es autor de los libros de poesía La mística del fracaso y Los útiles del alquimista, entre otros.

http://cristalesrotoseneleden.blogspot.com.es/

No me pidas que camine despacito

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NO ME PIDAS QUE CAMINE DESPACITO

MC Gallardo

¿En qué momento comenzamos a caminar de puntillas por miedo a ofender a aquellos cuya sesgada visión les hace incapaces de aceptar los cambios?

A lo largo de los años, los escritores se dieron cuenta de que podían apartar las ramas que impedían ver el bosque, revelando a los demás una realidad que habita más allá de los límites impuestos por los convencionalismos y la moralidad reinantes.

Mirando hacia atrás, las grandes historias siempre estuvieron ahí; de la mano de intrépidos aventureros y locos visionarios descubrimos un mundo que giraba libre lejos de la condena eterna con que nos amenazaban desde las aletargadas liturgias dominicales.

La literatura emergió con fuerza con el fin de dar voz a los silenciados, poner rostro a los oprimidos, desenmarañar lo incomprensible, pero, sobre todo, para derribar muros. Su fiel escudero, el escritor, ya nacía portando en su interior el compromiso de la lucha, debía proteger con su vida que el conocimiento no se perdiera ni se contaminara entre tantos cambios históricos y modas pasajeras. Por ello, la literatura debe mantenerse intacta. Crecer, sí; contaminarse, no.

Pero no nos engañemos, la censura ha existido desde siempre solo que antes se apartaba con más discreción. Ahora una universidad de élite ha comenzado a censurar abiertamente novelas que en su día fueron maravillosamente provocadoras. Aquellas historias, muchas veces distópicas, nos ayudaron a crecer; fueron las semillas de nuestras democracias y de nuestra libertad. Y sí, la censura es el primer paso para la limitación de otros derechos que nos pertenecen. Por ello debemos dar un paso adelante. Todos los escritores a la vez recordemos que llevamos en nuestro interior esa llama que protege el conocimiento, no permitamos que la historia se repita.

Yo debo insistir hasta quedar afónica ¡los derechos no se tocan!, porque la quema de libros está a la vuelta de la esquina. ¡Antes me inmolo con mis libros que permitir que los silencien!

Quizás el papel de censurador del conocimiento no sea aún visible para los que nunca han sido capaces de ver el bosque entre tanta arboleda. Pero es cuestión de tiempo. De todas formas, ya no es necesario arrojar los libros a la plaza para reducirlos a cenizas, solo hay que echar un vistazo al panorama literario actual: ¡cualquier imbécil puede escribir un libro! –lo digo desde el respeto que me ofrece que un desconocido quiera dejar de serlo–. Me refiero a la sobrealimentación del mercado literario con temas banales –la literatura basura es tan dañina como la comida rápida–; incluso la poesía, reservada antaño a unas pocas almas nobles, está saturando el panorama actual con incomprensibles y sensibleros mensajes.

Hace tiempo que las editoriales ya no apuestan por los desconocidos o, al menos, eso me parece a mí. El baremo del escritor –dejo al margen a los grandes saurios que tienen su merecido espacio– se mide exclusivamente por el número de seguidores en redes sociales, y su expansión cobrará más fuerza si el individuo en cuestión sale en los medios de comunicación o es influencer. Ahí están los futuros éxitos editoriales y el fracaso de la buena literatura. Entretenimiento frente a compromiso social. Otro tipo de hoguera; la más dañina, creo yo.

Los escritores, con nuestra prosa y nuestra poesía, nacimos con el compromiso de derribar muros a golpe de martillo, de reivindicación. Por ello, no me pidáis que camine despacito para no ofender, pues yo escribo para que mis palabras resquebrajen los muros de la sinrazón, no para salir guapa en mi cuenta de Instagram. Pese a quien pese.

CRISTINA GALLARDO. Escritora. Ha publicado las novelas Donde sueñan los almendros, De donde yo vengo… no hay gaviotas y La rebelión de los papamoscas. https://lamiradademonalisa.com

Deshumanización social

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DESHUMANIZACIÓN SOCIAL

José Pons

Es habitual, en informaciones de redes sociales o de la sección de actividades de ayuntamientos y asociaciones culturales y artísticas, registros similares a este (los nombres son ficticios):

Asociación de Cuerda Mayores de 75 y sus conciertos de Navidad…

Inés Pérez. Exposición de acuarela. 72 años.

Machús Hidalgo. 1º Premio de Poesía. 77 años.

Luis Iturriaga de 68 años, actor revelación del grupo teatral Chiribeque (integrado por 12 personas jubiladas).

Marisa López, a sus 86 años sorprende con su primera novela…

Nicolás Allende del Taller del Escultor Jubilado impacta con su escultura onírica.

Rafael Arango (69 años) con su Antología Narrativa…

La observación es: ¡qué mayores estos artistas!

La reflexión es: ¿por qué prolifera la actividad creativa en personas de edad avanzada? ¿Hay que llegar a viejo para ser artista? ¿Lo habían sido siempre y no habían podido desarrollarla? De ser así, ¿qué se lo ha impedido?

El Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es un bien para el individuo: coadyuva al desarrollo y autoafirmación personales, plasma inquietudes, incide en la salud mental, provoca emoción estética y nos sumerge en belleza, que eclosiona en satisfacción y felicidad.

Una sociedad integrada por individuos creativos, sensibles, reflexivos –cualidades supuestas del creador– debe ser una sociedad mejor donde la consideración del «otro» construya una Humanidad solidaria.

La antesala de toda obra artística es el ocio. Pero no el ocio, concebido como «dejar de hacer», como «inactividad improductiva» –ocio denigrado por la imperante ideología neoliberal, e identificado como fracaso personal y descalabro para los intereses «globalizadores»–, sino ese ocio que hace del ser humano un fin en sí mismo, que integra y comunica con la naturaleza, con el entorno social, con la entidad humana, y del que se derivan sensaciones, sentimiento, pensamiento, imaginación, germen de la actividad artística. A este respecto, recomiendo leer a Byung Chul Han y Nunccio Ordine.

Si el Arte necesita el ocio, ¿por qué no construir una sociedad en la que haya más tiempo libre? ¿No es posible otra sociedad en la que sus individuos no estén sometidos a los horarios de la extenuación, a los calendarios laborales de la esclavitud y a la salud personal del infarto y el estrés?

Mientras la tendencia dominante en la sociedad globalizada sea considerar al ser humano un ser «para», es decir, un instrumento de producción, acumulación y consumo –homo oeconomicus–,cuya sinergia es aprovechada por la «mano invisible» del mercado para enriquecer a la élite del sistema neoliberal, va a ser complicado que esta tendencia, que extiende sus tentáculos por el espacio y el tiempo, retroceda para impedir la deshumanización de la persona, la esquilmación del planeta y el preocupante cambio climático.

Consigamos que el individuo desarrolle el Arte desde edades más tempranas. No es necesario producir tanto, no es necesario acumular tanto, no es necesario consumir tanto.

El planeta, los seres humanos, la Vida, lo agradeceremos, alumbrando una Humanidad en armonía.

¡De lo contrario, difícil legado dejamos a las generaciones futuras!

JOSÉ PONS es dramaturgo, actor y novelista. Entre sus obras destacan Omo y Crónica de la indiferencia (teatro) y Diario de un superviviente de la crisis (novela).

http://josepons.net

Querido ego: el talento hay que currárselo

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QUERIDO EGO:EL TALENTO HAY QUE CURRÁRSELO

Alejandro Romera

No es mi intención despreciar el talento, faltaría más. Es un ingrediente imprescindible en cualquier arte. Pero si uno no se pone también el mono de trabajo, es probable que solo con el talento no llegue muy lejos.

El escritor suele perseguir que todas sus frases suenen hermosas, que las ideas sean originales y el lector quede con la boca abierta. Pero algo que debería aprender —antes incluso que todo eso— es a analizar sus textos con la cabeza fría. Son muchos los puntos en un relato que debemos tener en cuenta a la hora de escribir y revisar.

El inicio, por supuesto, es importante. Hay que presentar los personajes y el conflicto del modo más atractivo posible. En este punto es clave saber seleccionar qué información se va a mostrar y cuál se va a ocultar, y ofrecerla al lector de un modo natural que no resulte forzada.

  El final es el último sabor que dejará el relato. Es esencial a la hora de escribirlo que sea coherente con el resto del texto, que el autor no se saque de la manga el gran truco para dejar al lector sobrecogido a costa de perder verosimilitud. En ese caso, es probable que más que sobrecogido se sienta engañado.

Algo que enriquecerá siempre la historia es la existencia de una trama paralela, que va más allá de la principal y que esconde una reflexión oculta, un mensaje más trascendental. Si la ficción se muestra como una metáfora de algo más profundo y en el texto se pueden encontrar escondidos indicios que ayuden a percibirlo, el relato habrá ganado en profundidad.

La revisión de lo escrito es también crucial antes de darlo por finalizado. Hay que dejarlo reposar un tiempo para después intentar analizar detalles, encontrar posibles errores, revisar el argumento, reflexionar sobre si el narrador o el tiempo verbal son los adecuados y muchas otras acciones que se deben llevar a cabo en el proceso de revisión.

Para cerrar este artículo, me gustaría compartir una expresión que intento aplicar siempre en mis textos: lo que no suma, resta.

El ego del escritor intenta impedir a veces que se borre lo ya escrito. Pero son muchas las ocasiones en las que, eliminando palabras o frases enteras, conseguimos hacer crecer nuestra historia. No es fácil para un escritor coger las tijeras de podar y no tener piedad con su propio texto, pero hay que ser conscientes de que, en la mayoría de las veces, en literatura menos es más.

Algunos escritores se resisten a escuchar consejos, no creen necesario corregir errores y confían todo a su talento natural. Dejemos a un lado nuestro ego y seamos capaces de borrar o cambiar las cosas que no funcionan. Aceptemos las críticas y sigamos trabajando.

Sin ideas diferentes y atrevidas nuestros textos no serían los mismos. Pero sin ese trabajo de análisis y corrección, tampoco.

ALEJANDRO ROMERA escritor e ingeniero de Telecomunicaciones es autor de los libros de relatos Kichay y Miedos, entre otros. En otoño saldrá a la luz su cuarto libro: Desgarro.

Si quieres leer más reflexiones sobre escritura creativa puedes seguir a Alejandro en Instagram @alejandro_romera_guerrero o en Tiktok @alejandroromeraguerrero

Palabra de mercader

EL DESPERTAR DEL BÚHO, sección en la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. Mes de junio, nº 317

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PALABRA DE MERCADER

Cristina Gallardo

La labor de los mercaderes de libros fue extraordinariamente relevante durante los años que dieron su nombre al Siglo de Oro español, periodo que, desde el punto de vista literario, abarca desde la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija hasta la muerte de Pedro Calderón de la Barca.

Su minucioso trabajo de difusión del conocimiento a través de las letras favoreció que la cultura, los avances científicos y el humanismo en sí estuvieran al alcance de unos pocos ilustrados en los que recaía la labor de guiar a un pueblo dormido, que aún tenía mucho camino por delante hasta alcanzar la tan ansiada libertad de pensamiento.

Atrás quedaba el supuesto oscurantismo de la Edad Media, donde los libros vivieron silenciados, cautivos tras los gruesos muros de los monasterios, donde el conocimiento moría sin haber visto la luz. ¡Qué tristeza me produce recordar tanta infamia!

Afortunadamente, el oficio de mercader sigue vivo, más vivo que nunca. Hoy se nos denomina escritores, editores y libreros. Tengo la suerte de que en mí se engloban las tres facetas, pues escribo, edito y vendo mis novelas, y, aunque somos muy diferentes, muchos vamos de pueblo en pueblo, como antaño lo hacían feriantes y mercachifles de poca monta, desplegamos las mantas sobre los mostradores, colocamos nuestros libros, y desnudamos, por unas pocas monedas, nuestras almas.

Pero hoy vengo a deciros que somos más que vendedores. En nosotros recae la noble misión de quien sabe que se enfrenta al oscurantismo, no solo el del pasado, sino al que se esconde tras las endebles democracias de nuestros días. No nos engañemos, estamos en peligro. Siempre habrá en algún lugar del mundo un dictador, un clérigo, un visionario, un misógino, un homófobo o un xenófobo dispuesto a silenciarnos. Habrá lugares donde los niños no tendrán acceso a la educación, pues nacerán del odio y portarán armas en vez de mochilas; habrá niñas que deberán hacerse invisibles para que su lucidez y fortaleza no sean una amenaza para los hombres débiles.

Pero, desde esta pequeña ventana, yo les digo: ¡temednos!, porque somos los hacedores del trueno y los ojos de la tormenta; podemos cambiar el pasado e imaginar el futuro; separar las aguas y desatar plagas bíblicas; descubrir estrellas lejanas viajando más allá de la velocidad de la luz; devolver la vida a especies extintas; desafiar y derrocar gobiernos; sentarnos a la mesa de filósofos y estadistas. Ponemos rostro a los oprimidos, a los golpeados, a los que sufren las injusticias, a los esclavos, a los que miran para otro lado, a los que se benefician, a los que permiten que nuestro planeta agonice.

Cuando nos veáis tras los mostradores de los stands, en las ferias de los libros, mostradnos vuestro respeto con una sonrisa, y recordad, si os lleváis alguno de nuestros libros, que deberéis comprometeros a darle cobijo entre vuestras manos y que no permitiréis que ninguna hoguera lo destruya.

Yo, por mi parte, me comprometo a no bajar nunca la guardia. Palabra de mercader.

CRISTINA GALLARDO. Escritora. Ha publicado las novelas Donde sueñan los almendros, De donde yo vengo… no hay gaviotas y La rebelión de los papamoscas.

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La Belleza y los valientes

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LA BELLEZA Y LOS VALIENTES

Antonio Daganzo

En las líneas preliminares de mi ensayo divulgativo Clásicos a contratiempo, quise recordar un hecho memorable ligado al ejercicio de la difusión musical; uno de los hechos más sobresalientes a los que, sin duda, he tenido oportunidad de asistir a lo largo de mi vida filarmónica. Aconteció un domingo de verano; en concreto, la noche del domingo 5 de agosto del año 2007, “durante la cual, en uno de sus conciertos extraordinarios madrileños al aire libre, el director Daniel Barenboim, al frente de su encomiable Orquesta del Diván de Oriente y Occidente –en la que comparten atriles jóvenes árabes e israelíes-, y en plena Plaza Mayor de la capital ante una audiencia multitudinaria, no sólo propuso célebres músicas de Beethoven” (la Obertura “Leonora” nº 3) “y Chaikovski” (la Sinfonía “Patética”) “sino que se atrevió a tocar las dodecafónicas, y por eso poco populares a priori, Variaciones para orquesta, op. 31, de Arnold Schönberg. Nada más iniciarse la interpretación supe que la respuesta del público, lejos de cualquier cobardía, iba a ser entusiasta, como así fue; y ello evidentemente por el virtuosismo de los artistas, pero también por la valerosa actitud de Daniel Barenboim, quien, cual improvisado divulgador, presentó la obra de Schönberg a los espectadores con una convicción y una habilidad admirables”.

            De tal manera lo dejé escrito en Clásicos…; con la concisión a la que me obligaba el marco de unas líneas preliminares, donde referir lo ocurrido no podía exceder el lógico límite de un argumento tangencial. Ahora, en cambio, sí me es posible ensanchar márgenes para poner de relieve, primero, una circunstancia de lo más enjundiosa: la decisión de incluir en el concierto las Variaciones para orquesta de Schönberg fue sobrevenida; es decir, que Daniel Barenboim desafió el criterio y, al cabo, enmendó la decisión de los programadores de los Veranos de la Villa, quienes habían considerado imposible, o al menos altamente desaconsejable, la interpretación y, por tanto, la audición masiva de una partitura dodecafónica en la Plaza Mayor de Madrid. Lo segundo que merece también un mayor comentario lleva a poner el foco justo en el instante en que el maestro Barenboim hizo las veces de atinado divulgador ante todos nosotros. Porque sus palabras fueron más allá de una sucinta glosa de las Variaciones… schönbergianas y sus virtudes; sus palabras fueron, igualmente, una apelación directa al orgullo de todos los que allí nos habíamos congregado aquella noche de agosto. “Ustedes, como público, no son menos que nadie”, nos dijo el eminente director, sirviéndose de estos términos o de algunos otros sumamente parecidos… “Ustedes, como público, no son menos que nadie”.

            Aquel gesto de valentía de Daniel Barenboim, junto a sus músicos, sigue pareciéndome hoy el mejor ejemplo, la mejor plasmación de cómo puede infligírsele una severa derrota al elitismo en el lance menos esperado, y de la forma más insospechada, urgente, radical y eficaz. La belleza artística, y sobre todo la belleza artística a priori más difícil, necesita el concurso de sus héroes y heroínas: esos valientes cuya inteligencia y astucia, puestas al servicio de la sociedad, seguirán conquistando la excelencia para todos, batalla tras batalla.

Antonio Daganzo es poeta, narrador, periodista y divulgador cultural y musical. Autor de los poemarios ‘La sangre Música’ y ‘Pasos de centinela’, entre otras. Premio de Narrativa «Miguel Delibes» 2018 por su novela ‘Carrión’.

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¿La política caníbal o la política de Mafalda?

EL DESPERTAR DEL BÚHO, sección en la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. Mes de mayo, nº 316

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¿LA POLÍTICA CANÍBAL O LA POLÍTICA DE MAFALDA?

Rafael Ubal

El título de este breve artículo plantea un interrogante que bien podría haberse formulado de esta otra manera más universal: ¿Es la historia de la política de la humanidad una historia caníbal?

La palabra «caníbal» proviene del tiempo de la colonización de América Central. Los colonos españoles se refirieron a los nativos calificándolos de «caníbales», dado que se encontraron con que en el Nuevo Mundo existían tribus que se comían el corazón de sus enemigos muertos en combate. De hecho, la antropofagia fue una práctica extendida por toda la América precolombina, sin que ello signifique que tal «hábito culinario» fuera exclusivo de aquella parte del mundo ni de aquella época.

Hoy día el canibalismo es un tema tabú en la mayoría de las culturas y, por supuesto, puede tomarse como una provocación si lo asociamos con el sustantivo «política». Yo lo traigo aquí para abordar precisamente este tema de la política, entendida como la capacidad de organizar la convivencia humana y administrar o armonizar las relaciones sociales.

Desde luego que lo hago con la clara intención de mostrar o evidenciar lo que de impostura o engaño, con apariencia de verdad, hay en las palabras y en las conductas de quienes encarnan el poder político en nuestra geografía y, en general, en el mundo contemporáneo. Sobra decir que esta es mi óptica personal, la cual no me parece muy distinta de la de Mafalda, cuando, al leer la definición que Rousseau hizo del fin de la política («El verdadero fin de la política es hacer cómoda la existencia y felices a los pueblos»), ella no pudo sino exclamar irónicamente: «¡Se nota! ¡Se nota!».

Fotografía de Gustavo Sánchez

Porque ¿qué pasa históricamente cuando la política se aleja de la filosofía de Mafalda, de Hegel, de Rousseau o de Tuiavi de Tiavea, jefe de una tribu de Samoa? Pues que los gobernantes adoptan formas atenuadas de canibalismo cultural, y la lucha política se orienta hacia una forma de antropofagia popular, estructural e institucional, que hace que aparezca como normal que los protagonistas de la política se concentren y focalicen más en su pugna por alcanzar o perpetuarse en el poder que en la atención debida a la gente común, lo que «canibaliza» la relación de los políticos con sus votantes. Así el principal objetivo de la campaña electoral de los candidatos se convierte en «comer el coco» a los electores.

Desde mi punto de vista, esta política caníbal se puede ver felizmente superada algún día por la «política de Mafalda», consistente en lograr que los adversarios políticos, más allá de sus intereses partidarios y de la inmediatez impuesta por la mercadotecnia de los votos, generen un debate genuino a partir de sus propias y diferentes visiones y concepciones de la sociedad y que lo hagan con absoluta claridad, distinción y transparencia, aunque así corra el riesgo más de uno de que le pueda pasar lo que confesó un expresidente argentino: «Si decía de verdad lo que iba a hacer, no me votaba nadie».

En definitiva, la forma maquillada más extendida de política caníbal es la que se caracteriza porque el PODER NO DICE LA VERDAD. Este es uno de los principales síndromes patológicos relacionales que tiene el poder, cuyo síntoma patognomónico es su compulsión o tendencia irrefrenable a mentir.

Frente a esta mitomanía caníbal, debemos oponernos los votantes con la «política de Mafalda», que consiste, sencilla y llanamente, en decirle la verdad al poder con «muchos huevos».

RAFAEL UBAL. Psicólogo, risoterapeuta, miembro de la Academia del Humor y Patarca Universal. Autor de los libros ‘El libro de Buen Humor’ y ‘El poético patarca patético’, entre otros. http://www.donantesderisas.org

Nuestras raíces carpetanas

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NUESTRAS RAÍCES CARPETANAS

Elizabeth Cardona

Las ciencias arqueológicas pueden proporcionarnos multitud de datos acerca de las civilizaciones ya desaparecidas a través de los restos materiales que han perdurado en el tiempo. Pero si sus integrantes no dejaron testimonios escritos, es imposible conocer lo que sentían sus miembros y cómo era en realidad su mundo.

            Así ocurrió con los carpetanos, un pueblo poderoso y próspero que ocupó, al menos desde el siglo V a.C., gran parte del territorio que constituye actualmente la Comunidad de Madrid. Las primeras referencias escritas sobre los carpetanos nos han llegado a través de los historiadores Polibio y Tito Livio, que dan fe de su existencia al hilo narrativo de las batallas de cartagineses y romanos para la conquista de la Península Ibérica.

            La verdadera idiosincrasia de los carpetanos se ha perdido. Su modo de vida se fragmenta en los restos hallados en sus viviendas y poblados, que nos hacen comprender la base de su subsistencia económica e incluso de sus ritos funerarios, pero nada de esto habla por sí mismo.

En una visita al Museo Arqueológico de Madrid, los trozos de cerámicas y objetos de hierro expuestos en vitrinas, poco me ayudan a comprender el modo de vida de nuestros ancestros. Sin embargo, la iniciativa de Rivas Vaciamadrid en la reconstrucción de una vivienda carpetana en Miralrío y la preservación de los restos arqueológicos hallados me ha resultado ilustrativa. En un caso opuesto, me ha parecido desolador el estado de completo abandono del yacimiento encontrado en El Llano de la Horca (Santorcaz). Un viejo cartel da cuenta del enclave de los vestigios de toda una urbe carpetana, un patrimonio cultural de gran importancia y sin vigilancia alguna, al que cualquiera puede acceder para visitar, dañar o expoliar.

Las investigaciones realizadas a partir de los restos arqueológicos encontrados no arrojan mucha luz acerca de esa cultura. No hay una certeza sobre qué lengua hablaban, cómo era su organización social o cuáles eran sus creencias. Algunos autores modernos incluso ponen en duda su existencia como grupo étnico.

Las referencias a la Carpetania y sus habitantes han permanecido durante siglos.  Polibio, testigo directo de la Segunda Guerra Púnica, relata la batalla del Tajo que tuvo lugar en 220 a. C. en la que se enfrentaron un gran ejército carpetano de 100.000 hombres contra el comandado por el cartaginés Aníbal Barca.  Mucho tiempo después, Tito Livio, en su monumental historia de Roma, relata que Aníbal había cruzado los Pirineos con tres mil carpetanos entre sus filas que se sublevaron, obligando a Aníbal a licenciarlos de su ejército.  A partir del año 201 a.C., tras la derrota de Cartago, Roma comienza un largo proceso de organización administrativa y explotación económica de Iberia. La resistencia a ultranza de los pueblos indígenas al sometimiento a Roma supuso un largo proceso que no se completaría hasta comienzos del siglo II d.C.

La falta de las crónicas carpetanas capaces de transmitir su propia historia nos impide ver su auténtico mundo. Los carpetanos han sido objeto de numerosos estudios e investigaciones, pero siempre a partir de la visión de lo ajeno.

En mi opinión, carecen de la savia vital inherente a su civilización, capaz de nutrir a las siguientes generaciones de una identidad propia. Pero su legado es innegable, ya que los restos arqueológicos hallados ponen de manifiesto que eran un pueblo pacífico e independiente, con una economía boyante procedente de su trabajo y esfuerzo. Sus poblados contaban con escasas defensas. Y, aun así, fueron capaces de formar un gran ejército cuando los invasores trataban de arrebatarles sus riquezas e imponerles su modo de vida. Cuando fue inevitable, se adaptaron a los tiempos en el ocaso de su civilización. Como cantaba Sabina: «Pongamos que hablo de Madrid».     

            Espero que, si nuestra cultura desaparece, otros seres inteligentes encuentren algo más que fósiles. Que la prueba de nuestra existencia no se limite a los restos de casas, palacios o templos, ni a miles de desvencijados artilugios. Confío en que encuentren los mensajes que hemos dejado escritos, porque solo así serán capaces de comprender nuestra verdadera esencia.

Elizabeth Cardona es doctora en Derecho. Ha sido magistrada en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional y Fiscal. Autora de El Jurado. Su tratamiento en el Derecho Procesal español, y la novela La conspiración de la inocencia.

Con la L

EL DESPERTAR DEL BÚHO

Sección de la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. El búho, como muchos escritores, es ave silenciosa que caza en la oscuridad.

https://www.covibar.es/ Mes abril 2023 nº 315 Página: 30

CON LA L

por José Guadalajara

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo escapar de los tópicos? Parece que agarrarnos a lo inmediato actúa sobre nosotros como un seguro de vida. Sin embargo, ¿por qué, aunque se trate de lo cotidiano y doméstico, no intentamos hacer el esfuerzo de aportar un punto de originalidad a nuestros dichos y expresiones? A veces, los mínimos detalles sirven para evaluar el fondo que habita dentro de nosotros.

Un caso singular lo constituye el de esas palabras-clichés que empleamos para evitar equívocos cuando nos preguntan por la letra del DNI o cuando deletreamos en voz alta una contraseña o una palabra extranjera o un vocablo poco habitual. En otras ocasiones, hacemos como los participantes de cierto concurso televisivo que, al tener que introducir una nueva letra para resolver un acertijo, si eligen la L añaden acto seguido: de Lugo. Así, con toda su fuerza y efectividad. ¡Con L de Lugo!

Yo, que soy un atravesado y que estoy un tanto harto de la misma repetición, me pregunto: ¿Es que no hay más capitales en España? ¿No valdrían la L de Lérida, de León o de Logroño, por poner varios ejemplos? ¿O la L de Lanzarote? O incluso, para ser más internacionales, la L de Luxemburgo, de Libia o Lituania. Y no digamos ya, tirando de extrema creatividad y snobismo, la L de lontananza, de lebaniego o de latín.  ¡Pues no! La L, en un noventa por ciento o más de los casos, es siempre la L de Lugo. Parece que, en esto de las letras, la geografía, sobre todo la gallega, se lleva siempre el gato (no voy a decir el mejillón) al agua.

Pero esto mismo puede suceder con cualquiera de las otras veintiséis letras restantes del abecedario. Así, si se trata de mencionar una palabra que comience por la E, será casi de modo ineludible la E de España, o, en el caso de la D, ahí nos toparemos con la omnipresente D de dedo o de Dinamarca. ¡Claro, y la P de Pamplona!

¿Qué mecanismo mental hace que sean esas asociaciones las que primero se nos vienen a la memoria? ¡Qué vínculo más curioso el que guarda la mayoría de los hablantes con Cayo Antistio Veco que, en el año 25 a. C. durante las guerras cántabras, mandó levantar en las proximidades de un castro el campamento de Lucus Augusto! Éste, con el correr de los años, se convertiría en la ciudad de Lugo, fundada, al parecer, por otro romano: Paulo Fabio Máximo.

Sin duda, nadie se acuerda de ellos, o ni siquiera los conoce, cuando arremete con esa celebrity «L de Lugo», expresión que ha terminado ya por formar un cliché lingüístico.

¿Y a qué viene todo esto? ¿A qué estas minucias con el idioma? Naturalmente, detrás se esconde una intención más solapada. En el fondo, lo que estoy denunciando aquí, en el tiempo de las prisas y los mensajes de whatsapp elaborados a todo trapo, es la epidémica falta de creatividad, el vacío de imaginación, el mundo de los tópicos, la ausencia de una voz interior armoniosa y no desafinada ─parafraseando ahora el título de mi última novela, escrita al alimón con Candela Arevalillo─, que nos advierta de que esa L prepotente y traviesa también pueda ser la L de luz, la luz ancestral de la E, la E del entendimiento.

JOSÉ GUADALAJARA es investigador y novelista, autor de La luz que oculta la niebla, El alquimista del tiempo, Cien microhistorias de la Historia y Fado por un rey, entre otras. https://www.joseguadalajara.com/