Del viento en los cipreses

EL DESPERTAR DEL BÚHO, sección en la revista COVIBAR en la que los miembros de Escritores en Rivas colaboran cada mes con sus escritos de literatura, arte, historia, ciencia y sociedad. Mes de septiembre, nº 318

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DEL VIENTO EN LOS CIPRESES

Jesús Jiménez Reinaldo

La ópera es un género poco popular y, sin embargo, gracias a algunas piezas concretas incorporadas a películas de éxito internacional, ha conseguido que la mayoría de la población pueda tatarear «la donna é mobile qual piuma al vento» y no dude en reconocer como la mejor cantante de ópera del siglo XX a María Callas, a quien sus amores desgraciados con el magnate griego Aristóteles Onassis le otorgaron una notoriedad pública que generalmente otras voces prodigiosas no consiguen. Pienso, por ejemplo, en el impacto que tuvo entre los aficionados al cine la inclusión del aria «La mamma morta» en la película de Johnatan Demme «Philadelphia» en 1993, por supuesto en la gimnástica voz de «la» Callas, o el que tuvo el «Intermezzo» de «Cavallería rusticana» en «Hamam, el baño turco” de Ferzan Ozpetek en 1997. Y tampoco podemos olvidar, naturalmente, la ardua tarea de divulgación comercial de tríos como el formado por José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti.

En este año de 2023 se conmemora el centenario del nacimiento de Victoria de los Ángeles, soprano barcelonesa, cuya voz y cuya carrera nada tienen que envidiar a la de María Callas y que, sin embargo, apenas si va a trascender más allá de los homenajes que algunos festivales nacionales e internacionales han programado en sus respectivas ediciones; aquí tengo que añadir que «lógicamente», pues como ya he afirmado arriba, la ópera siempre ha sido un género burgués, un tanto snob y ha estado dirigido a unas élites que huelen a perfume de heliotropo y gustan de exhibirse en los palcos de los mejores teatros con sus elegantes atuendos y deslumbrantes joyas.

   Victoria de los Ángeles (1923-2005), de la que se puede encontrar en Wikipedia tanta información como se desee, se caracterizó por una voz que era un prodigio de clase y elegancia, no en vano se decía de ella que había nacido con el don de la impostación natural; cristalina y espiritual, sus interpretaciones elevan las composiciones a cotas de una belleza indescriptible. Bastaría con que, si aún no las conocen, escucharan sus grabaciones de Mimi en «La boheme» o de Cio-Cio-San en «Madame Butterfly» para que les pareciera, como a mí, una necedad dejar caer en el olvido a una de las mejores cantantes que hayan existido nunca.

    Especialmente notable fue su implicación en la difusión de la canción española (en castellano y en catalán) por todo el mundo, hasta el punto de que es sabido que exigía a los promotores que de cada dos conciertos uno estuviese dedicado a autores como Rodrigo, Toldrá o Montsalvatge. A uno de sus últimos conciertos, se retiró en 1996, tuve la suerte de asistir en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra, donde la magia de la noche granadina la escuchó, acompañada por Albert Guinovart al piano, desgranar un programa dedicado por completo a Manuel de Falla. Rememoro hoy aquí la música apasionada, la voz angelical y el rumor de la brisa en los cipreses de aquel 27 de junio en el que disfruté con una de las cotas más altas que puede alcanzar el ser humano en la creación artística.

JESÚS JIMÉNEZ REINALDO. Licenciado en Filología Hispánica, poeta y articulista, es autor de los libros de poesía La mística del fracaso y Los útiles del alquimista, entre otros.

http://cristalesrotoseneleden.blogspot.com.es/

No me pidas que camine despacito

En Línea Recta, sección de la revista Rivas Actual dedicada a artículos de opinión de los Escritores en Rivas. https://www.rivasactual.com/no-me-pidas-que-camine-despacito/

NO ME PIDAS QUE CAMINE DESPACITO

MC Gallardo

¿En qué momento comenzamos a caminar de puntillas por miedo a ofender a aquellos cuya sesgada visión les hace incapaces de aceptar los cambios?

A lo largo de los años, los escritores se dieron cuenta de que podían apartar las ramas que impedían ver el bosque, revelando a los demás una realidad que habita más allá de los límites impuestos por los convencionalismos y la moralidad reinantes.

Mirando hacia atrás, las grandes historias siempre estuvieron ahí; de la mano de intrépidos aventureros y locos visionarios descubrimos un mundo que giraba libre lejos de la condena eterna con que nos amenazaban desde las aletargadas liturgias dominicales.

La literatura emergió con fuerza con el fin de dar voz a los silenciados, poner rostro a los oprimidos, desenmarañar lo incomprensible, pero, sobre todo, para derribar muros. Su fiel escudero, el escritor, ya nacía portando en su interior el compromiso de la lucha, debía proteger con su vida que el conocimiento no se perdiera ni se contaminara entre tantos cambios históricos y modas pasajeras. Por ello, la literatura debe mantenerse intacta. Crecer, sí; contaminarse, no.

Pero no nos engañemos, la censura ha existido desde siempre solo que antes se apartaba con más discreción. Ahora una universidad de élite ha comenzado a censurar abiertamente novelas que en su día fueron maravillosamente provocadoras. Aquellas historias, muchas veces distópicas, nos ayudaron a crecer; fueron las semillas de nuestras democracias y de nuestra libertad. Y sí, la censura es el primer paso para la limitación de otros derechos que nos pertenecen. Por ello debemos dar un paso adelante. Todos los escritores a la vez recordemos que llevamos en nuestro interior esa llama que protege el conocimiento, no permitamos que la historia se repita.

Yo debo insistir hasta quedar afónica ¡los derechos no se tocan!, porque la quema de libros está a la vuelta de la esquina. ¡Antes me inmolo con mis libros que permitir que los silencien!

Quizás el papel de censurador del conocimiento no sea aún visible para los que nunca han sido capaces de ver el bosque entre tanta arboleda. Pero es cuestión de tiempo. De todas formas, ya no es necesario arrojar los libros a la plaza para reducirlos a cenizas, solo hay que echar un vistazo al panorama literario actual: ¡cualquier imbécil puede escribir un libro! –lo digo desde el respeto que me ofrece que un desconocido quiera dejar de serlo–. Me refiero a la sobrealimentación del mercado literario con temas banales –la literatura basura es tan dañina como la comida rápida–; incluso la poesía, reservada antaño a unas pocas almas nobles, está saturando el panorama actual con incomprensibles y sensibleros mensajes.

Hace tiempo que las editoriales ya no apuestan por los desconocidos o, al menos, eso me parece a mí. El baremo del escritor –dejo al margen a los grandes saurios que tienen su merecido espacio– se mide exclusivamente por el número de seguidores en redes sociales, y su expansión cobrará más fuerza si el individuo en cuestión sale en los medios de comunicación o es influencer. Ahí están los futuros éxitos editoriales y el fracaso de la buena literatura. Entretenimiento frente a compromiso social. Otro tipo de hoguera; la más dañina, creo yo.

Los escritores, con nuestra prosa y nuestra poesía, nacimos con el compromiso de derribar muros a golpe de martillo, de reivindicación. Por ello, no me pidáis que camine despacito para no ofender, pues yo escribo para que mis palabras resquebrajen los muros de la sinrazón, no para salir guapa en mi cuenta de Instagram. Pese a quien pese.

CRISTINA GALLARDO. Escritora. Ha publicado las novelas Donde sueñan los almendros, De donde yo vengo… no hay gaviotas y La rebelión de los papamoscas. https://lamiradademonalisa.com