Sobre el tópico de la Edad Media

José Guadalajara

«Ni oscuridades ni luces, sino luces y oscuridades, como en todas las épocas».

 

Desde la Edad Media las cosas se ven de otra manera. ¿Pero desde qué Edad Media? Estamos acostumbrados a hablar de este periodo histórico de un modo muy simplificado, a veces sin caer en la cuenta de que el medievo cubre un espacio cronológico de unos mil años de distancias y existencias. No es fácil concretar con exactitud su comienzo y postreras bocanadas, aunque, a grandes rasgos, siempre nos orientemos para fijar su andadura entre los siglos V y XV.

Mil años son muchos años, tantos quizá como, en ocasiones, pudiera serlo una hora de nuestro “tiempo personal”. ¿Exagero? Sin duda es una comparación que carece de correspondencia, pero nos sirve para meditar sobre la cantidad de instantes que caben en una unidad temporal. Instantes vividos y recordados.

Muchas personas, al escuchar la expresión “Edad Media”, se imaginan de inmediato castillos sobre un promontorio, monasterios aislados, catedrales imponentes, juglares itinerantes, hogueras de la Inquisición, cruzados en tierras de Jerusalén, misteriosos monjes templarios, hambres, pestes, supersticiones…  Todo esto es verdad, pero no se trata de un mapa plano y sin relieves. La Edad Media es un territorio extensísimo lleno de contrastes y diversidades, tantas como las que pudieran darse entre dos reyes de Castilla como Alfonso VI y Juan II, por poner ahora ejemplos de este mismo orden social. Los siglos de uno y otro se circunscriben en la Edad Media, si bien son tantas las diferencias entre el siglo XI y el XV que no es posible establecer una uniformidad. La vida de los hombres y mujeres, como todos sabemos, debe valorarse en consonancia con las circunstancias históricas y sociales en las que les ha tocado ser y estar. Y las de estos dos siglos fueron bien distintas.

Es verdad que hubo castillos y monasterios y catedrales y templarios y cruzados peleando en Jerusalén,  pero me imagino ahora lo  extraño y ajeno que le habría parecido a Juan II el rey Alfonso VI si se lo hubiera encontrado de cara y tenido la oportunidad de hablar con él. Quizá tan extraño como a nosotros mismos nos pudiera resultar un hombre o una mujer de finales del siglo XIX. ¡Y eso que no nos separan tantos siglos de diferencia!

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Con esto quiero reflexionar sobre la etiqueta o rótulo de “Edad Media” y hacer hincapié en la necesidad de no nivelar bajo un mismo concepto esos mil años de historia. Es cierto que antes todo se movía con mayor lentitud, con menos prisas, como es cierto que también antes, como ahora, cabían mentalidades y diversos modos de vidas en un mismo tiempo histórico. Esa lentitud antigua propiciaba una inmovilidad de formas y un avance científico y social menores, por lo que resulta poco productivo, por ejemplo, comparar épocas de tanta celeridad como la nuestra con aquellos siglos que avanzaban en su decurso como una carreta tirada por un par de bueyes viejos. Esta lenta evolución no impide, tal como pretendo reflejar aquí al compararla con la actualidad, que existan cortes muy profundos entre los cientos de años que comprende la Edad Media, lo que se resume en una variedad de experiencias de vida y organización social que no podemos reducir ahora a un simple rótulo.

Desde esta sección de ER, quiero desarraigar ese tópico construido alrededor de la Edad Media y liberarla de esa imagen unidimensional que para muchos posee. Ni oscuridades ni luces, sino luces y oscuridades, como en todas las épocas. Tiempos brillantes y momentos de tinieblas. Ignorancias y brutalidades frente a erudición y sensibilidad. Castillos y monasterios, pero también universidades.

Y nombres, muchos nombres: Isidoro de Sevilla, Carlomagno, Jacobo de la Vorágine, Beda el Venerable, Alberto Durero, Alfonso X el Sabio, Juan Ruiz, Pedro Abelardo, Marco Polo, Beato de Liébana, Maimónides, Cristóbal Colón, Yehudah HaLevi, Dante Alighieri, Tomás de Aquino, Savonarola, Nebrija, Chrétien de Troyes, Lorenzo el Magnífico, Ibn Hazm…

 

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