I Concurso Juvenil de Relato Corto

CONCURSO organizado por Escritores de Rivas para el programa Palabras en Vuelo en colaboración con la Concejalía de Cultura de Rivas. Nuestra intención es la de ofrecer un espacio en el que los más jóvenes puedan expresar sus inquietudes literarias.

Los alumnos concursantes de IES de Rivas han desarrollado sus textos relacionados con su ciudad: Rivas Vaciamadrid.

PRIMER PREMIO:

UN DÍA MÁS PARA EL OLVIDO, de Fernando Infante.

Oigo unas voces que aluden mi nombre. Estoy en la cama, tumbada. La cara que veo es la de una señora mayor que me mira con una sonrisa. A su lado hay una anciana que me da la mano.Vuelven a pronunciar mi nombre. Me dicen que me levante y me llevan al lavabo, haciendo que me siente en una silla azul que está dentro de la ducha. Yo no entiendo nada, no sé por qué les hago caso, pero se lo hago. De pronto, me echan agua por la cabeza. Yo grito, y aunque parece que lo hago de dolor, lo hago porque no entiendo qué hacen. Dicen que me están duchando, pero no comprendo bien sus palabras. Las oigo, pero no las retengo.

Por fin acaba todo. Me visten y me llevan a un salón en el que hay un chico, pero yo no sé quién es. Me llama “yaya”, pero no me acuerdo de él. Me sientan en un sofá amarillo y el chico viene hacia mí. Me pregunta mi nombre, y yo le digo que me llamo Angelines. Sonríe, me da un beso y se va del salón. Vuelve, pero yo ya no me acuerdo de él. Me dice que me va a lanzar una pelota. Le digo que no, pero me la lanza, por lo que me asusto y grito, aunque cojo la pelota. El chico asegura que es mi nieto, y me asombra porque yo no recuerdo tener siquiera hijos.  Me da ahora una cuerda negra y me dice que deshaga los nudos. Me pongo a hacerlo, pero pronto olvido por qué lo hago. Aun así, sigo desenredando nudos.

Llega un hombre y me dice que es la hora de comer. Yo no he sido consciente de que el tiempo ha pasado; aún tengo la cuerda en mis manos.El hombre me acompaña a la cocina y me sienta en una silla. Tengo delante el plato, pero no sé qué hay en él. Una mujer me dice que coma, que está muy rico. Una anciana me mira. Su cara me suena, pero no sé quién es. Un chico me mete la cuchara en la boca. Intenta hacerlo otra vez, pero yo me enfado y le digo que no, que no me gusta. Deja la cuchara en el plato y se pone a comer, como los demás. Terminan de comer y yo aún no he cogido la cuchara. Me quitan el plato porque suponen que no voy a comer nada.

Me ayudan a levantarme, me llevan a un salón y me sientan en un sofá amarillo. Oigo que van a llevar a una tal “yaya” a una residencia de Rivas-Vaciamadrid. Dicen que es ahí donde vivimos. No entiendo nada.

Una anciana que me suena me dice que me va a poner el camisón, que es de noche, y yo me levanto. Me desnuda y veo que tengo muchas heridas por el cuerpo. Me pican y me rasco, pero la anciana dice que no lo haga. Me pone un pañal y el camisón y me trae un plato. Dice que es la cena. Me apetece comer, y pronto termino de hacerlo. La anciana me quita el plato y se va. Vuelve y me dice que nos vayamos a la cama. Yo tengo sueño, por lo que le hago caso. Me lleva al lavabo y allí me sienta en el retrete. Dice que tengo que orinar, y cuando termino de hacerlo, me lleva a la cama. Me pide que me tumbe, y sin saber por qué, le hago caso. Un chico viene y me da un beso. Me llama “yaya”. Dice que soy su abuela, pero yo no me acuerdo de él. Me río porque me hace gracia lo que dice. Se va y cierro los ojos. Lo único que recuerdo es que no me acuerdo de nada.

1660685_256557421191892_121443819_n

FINALISTA:

 SIEMPRE TE RECORDARÉ, de Gema Aranda de la Vega

Tenía los ojos llorosos en el momento en que mi padre me lo dijo, quería huir, desaparecer y estar sola por unos segundos, no sentía más que rabia.

Salí de casa, a aquella calle oscura, no había luces encendidas, ni ningún alma paseando (una imagen muy típica de ese Rivas en el que me crié). Estaba sola, como si se hubiera acabado el mundo, me tumbé en el parque y me dediqué a mirar las estrellas. Pasados cinco minutos, las estrellas empezaron a desaparecer, una nube negra se había puesto en medio, de repente empezó a llover, como si no hubiera llovido en quince años, empecé a correr hacia mi casa y me resbalé, nadie me oía, conseguí llegar a casa, tenía la ropa y el pelo tan mojados que incluso pesaban.

Mi padre me pidió perdón por habérmelo dicho tan de repente, pero qué esperaba, en algún momento esto tenía que pasar, el trabajo de mi padre es así. Esta vez había sido distinto, esos siete años me habían cambiado la vida, había conseguido adaptarme, había hecho muchos amigos, verdaderos amigos, y lo último que quería era que me separan de ellos.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, decidí contárselo a mi mejor amiga, pero con más tacto, no de la misma forma que mi padre me lo había dicho a mí. A Celia la conocí nada más llegar a Rivas, estaba esperando en la fila del colegio para entrar a clase y me preguntó que si yo era nueva, evidentemente yo la contesté que si, y entonces ella me preguntó que si quería ser su amiga.

Llegué al instituto y le dije:

-Celia, ¿podemos quedar esta tarde? Necesito hablar contigo.

-Claro que sí. Contestó ella extrañada.

Celia debía de tener miedo sobre lo que la fuera a decir, no dejaba de mandarme whatssap para que se lo contara, pero necesitaba decírselo a la cara. Llegué al parque y allí estaba, sentada en el banco que está al lado de la cascada esperando a que llegara. Me acerqué a ella y me dijo:

-Por favor, Ana, tienes que contármelo ya, no puedo seguir esperando.

-Está bien… Pues a ver, lo que pasa es que debido al trabajo de mi padre, tengo que irme de Rivas. La dije con los ojos llorosos.

Celia empezó a llorar,  intenté hacer lo imposible para que dejara de hacerlo. La prometí que vendría a verla una vez al mes, que hablaría todos los días con ella pero ella no dejó de llorar.

-No te puedes ir, Ana, te necesito. Me dijo llorando.

-No quiero irme, pero debo…

Celia habló con su madre para que me adoptara, para que no me fuera, para que convenciera a mi padre de que buscara trabajo aquí en Rivas o por lo menos en Madrid, pero él no cedió… La decisión estaba tomada.

Días después,  mi padre entró a mi habitación y me dijo:

-Ana, tienes que empezar a recoger todas tus cosas, no se te puede olvidar nada.

-Si papá.

Así que, esa misma tarde, salí de casa y fui a casa de Celia a despedirme. Llamé al timbre y su madre abrió la puerta, me dio un abrazo enorme y me dijo que me cuidara, entonces bajó Celia, me agarró de las manos y me dijo:

-No olvides lo feliz que hemos sido juntas y todas las cosas que hemos pasado. Te quiero muchísimo.

En ese momento comencé a llorar, no tenía palabras, pero ella ya sabía que yo la quería. La abracé tan fuerte que llegué a hacerla daño.

Recuerdo que era muy temprano, casi aún brillaban estrellas en el cielo cuando salimos de casa. Aquella mañana escuché cerrar con llave una puerta que no volveríamos  a abrir jamás.

Mujeres+Tristes+12

FINALISTA:

SALVEMOS LA BIBLIOTECA, de Teodora Bilc.

Era invierno, como todos esos inviernos en los que lo único que deseas es meterte en la cama, con una manta calentita y una taza de chocolate caliente, esperando a que las horas pasen lentas, efímeras, suaves. Pues así estaba yo, en el sofá con mi taza caliente, esperando a que el tiempo pasara, cuando de pronto, Sara, mi hermana,  entró por la puerta dando un portazo que hizo que yo saltara como un conejito asustado, tirando sobre mí ese chocolate ardiendo.

– ¿Sara, qué tienes? -grité.  Ella me miró con cara de pocos amigos. Parecía furiosa.

– Lo que me pasa es que van a cerrar la biblioteca y no sé qué hacer.

-¿Cuál, la de aquí de Rivas? –le pregunté extrañada mientras limpiaba las manchas de chocolate.

Ella me miró con mala cara.

-¡Pues claro! -dijo ella casi gritando.

Entonces un escalofrío me pasó desde la nuca hasta la punta de los pies, pensé en los momentos tan bellos pasados en la biblioteca pero… ¿En cuál? Porque en Rivas habíamás de una.

-Sara, ¿cuál de ellas? -le dije.

Ella me respondió:

-Pues, la nuestra, la de siempre, la del centro Federico García Lorca.

-Sí, hoy nos lo han dicho en el instituto, la profesora de lengua. Ella estaba triste no hay vuelta atrás.

-¿Pero…¿Por qué?

Entonces Sara se encogió de hombros y, mientras subía las escaleras, la escuché decir algo así como: dicen que ahora no se puede mantener…

Pasé la noche buscando la manera de salvar la biblioteca. Se me pasó por la cabeza esa escena de película de encadenarme con Sara a la puerta de la biblioteca, también recordé eso de meterme dentro como ocupa, tal y como habían hecho hace poco en una de las bibliotecas, una tal BOA.

A la mañana siguiente, Sara y yo nos despertamos muy temprano y fuimos hasta el centro cultural para ver si podíamos hacer algo. Llegamos allí y vimos una multitud de gente. Entre ellos estaban nuestros profesores con unos carteles en los que pedían que no se cerrara la biblioteca.

Le pedí a Sara que me esperara en el exterior de la multitud. Yo me adentré hasta llegar a mis profesores.

-¡Oigan! -grité lo más fuerte que pude-. Por favor, atienda.

Todos somos vecinos de Rivas, yo soy muy joven, pero quizá todos juntos podamos hacer algo o acaso.  ¿Vamos a dejar que la cierren así porque sí?

Entonces todos comenzaron a gritar y a aplaudir, yo salí de la multitud y me marché a ver a Sara, que me esperaba paciente.

-¿Has acabado ya? -me preguntó

-No, aún falta algo.

Fui corriendo al interior de la biblioteca y subí a la azotea, desde arriba, con la esperanza puesta en mis manos, solté un enorme mural en el que ponía:

UNA BIBLIOTECA DE TOD@S Y PARA TOD@S.

0_6202_1