Ver para vivir

ENRIQUE GRACIA TRINIDAD

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Os ofrezco unas caricaturas y varios poemas de mi libro Ver para vivir (Madrid, Amargord, 2013). Es el libro que presentaré en Rivas; así supone una referencia a la lectura que daré próximamente en esta ciudad. Son poemas escritos «a caja» sobre objetos de la vida cotidiana.

La presentación de Ver para vivir de Enrique Gracia Trinidad, se realizará en el Mirador Literario de Covibar -Rivas-, organizado por el escritor Ricardo Virtanen. Jueves 13 de Febrero, a las 20:00 h.

 

CALCETÍN

Sabe esconderse como nadie. Jamás lo encontrarán. Si un día llega el fin del mundo, asomará con todos sus iguales y heredarán la tierra.

ESPEJO DE RECIBIDOR
Siempre miran al paso, nunca como los del baño ven defectos, por eso tienen un concepto equivocado de la vida. Pero sí ven a veces la derrota, cuando alguien regresa de la sangre diaria más cansado de lo que se fue, con las ojeras de la tarde susurrando en el rostro.

Copia de El poeta lector 2

IMÁN DE LA NEVERA
Vive mirando el mundo con algo de insolencia, parece ufano y displicente, pero se muere por ver lo que hay dentro de la nevera.
Cuando le ponen debajo la lista de la compra, se desmaya.

PARADA DE AUTOBÚS
Tiene curiosidad. Le encantaría subir a un autobús, saber cómo es por dentro, charlar con los viajeros ya tranquilos.
Los domingos se aburre, los lunes se acobarda. Por las noches estudia para semáforo.
La de una sola línea es mas altiva pero en el fondo es malhumor de vieja solterona. La que tiene más números vive en la inquietud constante de saber cuál llegará primero.
A todas les duele la espalda de estirar el cuello.

BARANDILLA DE PUENTE
«¡Quisiera ser tan alta como la Luna, ay sí, como la luna…!» Eso dicen que canta por las noches.
Ama siempre los codos del que piensa, la nariz de los niños y el roce del botón de las chaquetas.
Cuando es diciembre y llueve, brilla como si fuera el horizonte.
Una vez un suicida le contó su secreto, pero no le apetece recordarlo.

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¿Por qué escribo lo que escribo?

NURIA C. BOTEY

3º NURIA BOTEY

«Yo no tengo ninguna misión. Yo escribo porque me apasiona. Porque me hace disfrutar». 

Que por qué escribo lo que escribo, me dices. Mira, esa me la sé. Es una pregunta fácil, después de todo: escribo lo que escribo porque me da la gana escribirlo.

Hmmm, leo cierto desencanto en tu mirada. No era mi intención, lo siento. Parafraseando a Sabina, supongo que esa duda tuya «calla más de lo que dice, pero dice la verdad».

Y sin embargo, sigo sin entender qué es lo que te sorprende de mí.

¿Te choca que una mujer como yo, sonriente y afable dentro de su escaso metro cincuenta, te cuente historias de monstruos y horrores con todo lujo de detalles? ¿O te llama la atención el interés por lo fantástico y lo extraordinario de alguien que se mueve profesionalmente dentro del método científico? Tal vez te descuadra el sexo poco convencional que a menudo aparece en mis relatos…

Pero mira a tu alrededor. ¿Qué es lo que ves? ¿Gente que trabaja, que monta en metro, que compra en el supermercado, que duerme, que opina, que protesta, que ríe, que fuma, que paga, que lee? ¿Nada más?

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No me puedo creer que no hayas reparado en la mirada lasciva que se le escapa al conductor del autobús cuando la estudiante en minifalda muestra su abono transporte al lector de códigos, o el gesto a caballo entre el asco y el miedo de la mujer del cerrajero cuando pasa a su lado la silla de ruedas del vecino enfermo, que se deteriora día a día.

No me puedo creer que no hayas echado la vista atrás ni una sola vez cuando bordeas el parque en invierno a la vuelta del trabajo, sin más compañía que el ruido de tus propios pasos. Sabes bien que no nadie te sigue, pero ni por esas puedes evitar el escalofrío que recorre tu espalda cuando te da por pensar en lo que podría ocurrir si… Momentos fugaces que nos dejan entrever el lado oscuro de esa existencia apacible y sin tacha que todos (se supone) llevamos.

¿De verdad te sorprende que yo quiera asomarme a esos abismos? ¿Por qué, cuando forman parte de nosotros en la misma medida que los autobuses, los supermercados, los anuncios de perfumes o las historias de amor?

Una vez me dijeron que tenía que escribir cosas bonitas. Que el mundo ya era bastante malo de por sí como para incidir en ello. Que mi misión era hacerlo mejor.

Se equivocaban, claro.

Yo no tengo ninguna misión. Yo escribo porque me apasiona. Porque me hace disfrutar. Porque me pone a prueba, y a veces me deja ganar. Disfruto inventando historias, rizando los rizos, retorciendo los giros, imaginando criaturas abisales que moran en los intersticios de nuestra realidad. Si leer nos hace libres, escribir nos permite ejercer de tiranos. Crear un universo en miniatura donde solo son válidas nuestras reglas y las de la ortografía.

Y eso me gusta. Ya lo creo que me gusta.

¿Y a ti?

 

Asir lo inasible

FÉLIX JIMÉNEZ

FÉLIX JIMÉNEZ«Hay poetas que transitan en un espacio de metonimias agarradas a la realidad, y sus destellos, de vuelo ruidoso y bajo, conmueve a lectores poco avezados en viajes de laberinto y penumbra».

 

 

Resulta que el mundo en el que se mueve el creador, el poeta en este caso, es una analogía del universo real. En este territorio  es posible despejar incógnitas, resolver ecuaciones emocionales que se nos muestran irresolubles con las herramientas de la razón. Hay poetas que transitan en un espacio de metonimias agarradas a la realidad, y sus destellos, de vuelo ruidoso y bajo, conmueven a lectores poco avezados en viajes de laberinto y penumbra. Solo deseo contar que, en un destello luminoso que guardé herméticamente en el frigorífico durante días, semanas…, he descubierto un asidero para ascender, desde el fondo del lodo en que braceamos, por las paredes del pozo hasta la superficie para comenzar una nueva andadura.  Dejo a los lectores la fecunda tarea de transitar por estas analogías y compartir conmigo estos territorios. Tal vez no lleguemos a la misma playa, pero el viaje habrá merecido la pena y la niebla será menos espesa.

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     El alma del dinero es una estalagmita que se yergue desde el suelo frío y oscuro de la caverna: nació de una gota griega. Es una deposición, un excremento de carbonato cálcico y ansia de crecer que sueña con abrazar la estalactita, ese dios hueco que orina sobre los fondos calizos de algunos hombres.

     Antes de que se fundan en columnas o pilares indestructibles y sean soporte de templos iniciáticos, refugios de arte dócil, objetos de adoración y mirada de turistas, hay que agujerear la cueva, llenarla de luz, dejar que  un viento cálido preñe de insectos y semillas el aire. Tal vez con ese fin se levantó en la  Academia de Platón  un altar a Prometeo.

                                                          De  Poesía Horizontal (Poemario inédito)