Entre los precipicios de la madrugada
hay momentos en los que el mundo deja de existir.
Todo parece detenerse.
Son recuerdos fugaces de un eco más anciano que el universo.
Sufro la maldición de tomar conciencia en esos instantes.
Me mantengo inmóvil, haciéndome el dormido
para que la oscuridad no me devore.
Finjo que no escucho susurrar a sus sirvientes por el cuarto
bajo los latidos de mi propio corazón. Intento
apaciguar esa campana que galopa acelerando en mi cerebro,
que pide huir,
que pide a gritos huir igual que verdad entre olas.
Pero no hay profundidad donde esconderse de uno mismo.
Acabo devorado
y devorándome….
La letra perdida, de Fernando López Guisado. Ediciones Vitruvio.